Nos han dicho que el amor todo lo puede… y esa creencia, aunque nace de un deseo profundo de sostener la relación, también suena a idea simplificada, diría que casi ingenua, cuando se vive inmerso en la realidad cotidiana.
La llegada de un hijo transforma definitivamente y para siempre la dinámica de la pareja. Comienzan a aparecer una a una nuevas responsabilidades que se acumulan, se tergiversan las rutinas acostumbradas. Las tareas se redistribuyen, y los tiempos para compartir de a dos se hacen muy escasos. Esos momentos de lo que supo ser un espacio exclusivo para conectar, para mirarse, para elegir al otro, se han convertido en algo ocupado por las múltiples demandas de la crianza, sin mencionar que se acumula cansancio físico y emocional, más tareas domésticas, y para quienes no tienen baja o licencia laboral porque trabajan por cuenta propia el trajín laboral también. Claro que se sobrevive, es una etapa, y que el milagro de la nueva vida que habita el hogar hace que realmente lo valga. Es maravilloso también, por supuesto, sin embargo no voy a caer en romantizar todo lo que implica ser padres y madres, que además quieren hacerlo a conciencia.
Y esta transformación impacta en la relación de pareja. Impacta en el deseo, en la comunicación, en las complicidades. A veces, sin darse cuenta, hay más distancia afectiva, más reactividad, menos empatía, más reclamos, es que por momentos pareciera como si lo que supo ser una pareja se hubiera transformado en una sociedad de logística afectiva. Mucho de esto es esperable y comprensible.
Pequeños cambios pueden hacer grandes mejoras y prevenir la destrucción: evitar quedarse transitando todo esto en silencio, sostener el vínculo como si nada pasara, sin revisar, sin conversar, sin un “¿cómo estás con todo esto?”
Tener conversaciones directas, honestas, e incluso incómodas, puede ser el punto de partida para el reencuentro actualizado. Para reconstruir la intimidad de otra manera: no como era antes, sino como es hoy. Absolutamente real y muy consciente.
Por favor, no lo transites en soledad. Hay formas de acompañarse, con personas comprensivas y valiosas, como también con apoyo profesional, para resignificar este amor desde el nuevo lugar que habitan en este presente.
La pareja cambia, puedes elegir hacerlo con plena conciencia, nutrirse de lo nuevo y así volver a florecer.
La pareja cambia cuando llegan los hijos. No se habla demasiado de esto, y es mucho más común de lo que parece.
Se llena de rutinas, tareas, cansancio y silencios.
Se pierden los espacios íntimos, las complicidades, el deseo no encuentra fácilmente su espacio.
Y el vínculo claro que puede resentirse.
Y también se puede reconstruir, renovar y actualizar.
Con diálogo, con escucha, con conversaciones incómodas, con ayuda.
No como antes, sino como hoy: más reales, más presentes.
¿Te pasó o te pasa esto en tu pareja?

